Con más ganas de aprender


Siguiendo con el nivel educativo

Después de inscribirme en el centro educativo ordinario Santa Rosa de Lima, situado cerca de la que era antes mi casa y donde mis hermanos asistían, tuve por una parte cierta oposición del director para la admisión y, por otra parte, el apoyo incondicional de un maestro-sacerdote que me acogió en su clase.

Empecé a centrarme en el mundo del conocimiento, fue un duro camino, pero muy satisfactorio, me sentí en estos momentos como una niña afortunada e ilusionada por el nuevo mundo que se me presentaba (de estar en casa prácticamente con mis papás y hermanos a estar con niños de mi edad y profesores que me exigían cosas y me trataban como a las demás niñas - en mi época había un trato diferente tanto si fuese niño o niña, - en algunas actividades como las manualidades o en la educación física aunque en mi caso este último modulo o asignatura estaba excepta evidentemente.

El hecho de salir del ambiente del confort y de protección que me proporcionaba el marco familiar más cercano fue un cambio positivo total en mi desarrollo e identidad personal.

Me acuerdo cuando mi madre me dejaba en el aula con mi silla con mi tabla de apoyo para escribir y cuando fui un poco mayor ya me sentaba en un pupitre compartiéndolo con otro niño o niña, me sentí más incluida y aceptada.

También recuerdo cuando empecé a escribir palabras sueltas o cuando comencé a hacer dictados, como los demás compañeros.

Cuando me daban actividades específicas accesibles a mis capacidades lectoescrituras y de compresión y poco a poco ya me ponían los mismos deberes que mis compis. Me sentía por esa evolución más mayor, orgullosa de mí misma, con mayor seguridad y con más ganas de avanzar y me aportaba alegría y alimento a mi pequeño espíritu, pero gran luchador.



Cuando delante de los compis el profesor me daba la enhorabuena por aprobar las pruebas de madurez que nos ponía, en esta situación me sentía apoyada por los profesores que reconocían mi gran enfuerzo y muy agradecida por ello, ellos con este agradable gesto me ayudaban a la aceptación de mis compis, favorecían mi inclusión dentro y fuera de la clase.

Todo ello me llevo a tener un mayor poder de autoestima y de motivación para seguir forzándome para alcanzar los objetivos necesarios para pasar el curso y seguir el mismo ritmo que la mayoría de mis compis.

Yo me sentía una niña normal, siempre me siento así, pero yo necesitaba como niña que era, la aceptación de mis iguales, tener amigos para jugar y poder hablar; y el poder seguir el ritmo de ellos me permitía seguir con los mismos compañeros curso a curso y no me sentía descolgada ni discriminada.

En aquella época las personas con diversidad no las trataban como personas con pleno derecho, yo en mi intelecto infantil no quería eso para mí, entonces cuando empezaron a proporcionarme las adaptaciones necesarias comencé a sentir que mi entorno inmediato, (centro educativo, circulo de mayores cercano a mí , por ejemplo, médicos rehabilitadores, maestros, vecinos , amigos) y la sociedad en general se daban cuenta de que yo era un ser humano, una niña con los mismos derechos , necesidades y motivaciones que el resto de niñas.

Todo ello junto con un alto grado de la curiosidad, de aprender cosas nuevas me llevaba a devorar libros y a rellenar muchas libretas de apuntes y de notas.

Este proceso de aprendizaje se vio interrumpido cuando cumplí 9 años porque me intervinieron en una operación quirúrgica de estiramientos de tendones, tendones de alquiles y abductores, ya que caminaba con las piernas juntas y en puntillas y cogida en las personas.
El postoperatorio duro mucho tiempo (21 días en el hospital más 40 días encamada sin poderme mover en casa), después de este duro periodo, asistía todos los días a la Fe, a la rehabilitación durante un año y por la tarde iba al colegio, fue una época muy intensa, pero muy fructífera al nivel físico y de aprendizaje, volví a centrarme en los estudios ya que tenía que recuperar todo el tiempo que había perdido en el postoperatorio y además tenía que compaginar los estudios con la rehabilitación diaria.

Una vez más apele otra vez a mi frase favorita: No hay límites, hay voluntad.

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